Y entonces empiezas a vibrar bonito, a ver las cosas desde otra perspectiva y te das cuenta de qué bonita es la vida. Qué bonitas son las personas que te rodean, qué bonitas son las cosas que te van sucediendo.
Momentos, carcajadas, anécdotas, sensaciones, sentimientos, emociones nuevas…
Te das cuenta de que ya no estás para menos, porque desde hace mucho tiempo aprendiste a saber tu valor y lo que cambian las experiencias.
Y aunque te cuestiones mil veces si te mereces lo que te pasa. Te lo mereces, créeme. Eso y mucho más porque atraes lo que vibras.

Te das cuenta que eres la sintonía que vibras, eres lo que crees y lo que te propongas. Y por supuesto, eres todos esos sueños que se pueden hacer realidad. Dejas atrás esos trastos, cachivaches y artilugios que no te aportaban nada. Sólo más peso negativo a tu mochila de emociones.
Te liberas y abres tus alas para emprender un nuevo viaje. Abres tus alas dispuesta a montarte en la montaña rusa y vivir la vida con todas sus altas y bajas. Lo disfrutas, lo sientes y de esas bajas te ríes, porque aprendiste que no eres un gato con sus siete vidas como para amargarte una.
Te valoras, te amas y te respetas. Empiezas a rodearte de personas, momentos, lugares que vibran en la misma sintonía que tú.
Ya no buscas, ya no pides, ni amores, ni amistades, ni compañías en rebajas.
Disfrutas de tu compañía, disfrutas de tu soledad y dejas que las cosas fluyan.
Que el agua tome su curso. Sin forzar, sin pedir nada a cambio.
Ya no creas expectativas, porque no hacen más que decepcionarte. Entonces dejas que la vida te sorprenda. A cada instante, a cada momento…
Y es que las sorpresas son como vivir cada día en una continua fiesta de emociones porque…
Disfrutas del presente, disfrutas de las oportunidades, disfrutas de los malos ratos porque de ellos se aprende.
Te mereces mucho y nunca menos.